Como si las más de tres millones de muertes ocurridas en el mundo no dimensionaran la letalidad del COVID-19 muchos ecuatorianos renuncian a vacunarse.
El ausentismo registrado por el Ministerio de Salud llega casi al 30 %.
Los científicos, en tiempo récord, lograron descubrir la fórmula para elaborar la vacuna, justo cuando la pandemia se tomaba todos los continentes.
Los diferentes laboratorios hicieron lo que les corresponde y ofrecen varios tipos, aunque con diferentes grados de eficacia.
En el caso de Ecuador, la vacunación hasta fue insumo de la pasada campaña electoral. No hubo día que no se le reclamara al gobierno anterior por haber adquirido escasas dosis, sin contar con el escándalo que sobrevino.
Ahora que el actual régimen ha adquirido y contratado cientos de miles dosis más, y ha estructurado un plan de vacunación, muchos se hacen a un costado.
Un sondeo elaborado por profesionales de la salud del Azuay revela que en esta provincia el ausentismo también es alto. Los resultados determinaron varias causas: el tipo de vacuna a recibir, miedo a los efectos colaterales, desconfianza en la vacuna, bajo nivel de instrucción, y falta de conocimientos y percepción de riesgo.
Estos resultados bien podrían aplicarse para el resto del país. Si bien cada persona es libre de vacunarse o no, hay que entender que, por el momento, es el único método para enfrentar a la mortal enfermedad.
Las reacciones fatales, pocas, por cierto, que se suscitaron con alguna de las vacunas, posiblemente indujeron al miedo. Se suman los temores difundidos en redes sociales, la jungla moderna del chismorreo usada por un movimiento antivacuna.
Bueno fuera que quienes se niegan a inmunizarse optaran por confinarse, dado que pueden contagiarse y contagiar a otros.
Y es más censurable que algunos hasta exijan determinada marca de vacuna.
Revestirse de serenidad, de amor a sí mismo y al prójimo; de querer, hasta por sentido común, sobrevivir al virus, deben ser los sentimientos que muevan a todos los ecuatorianos para vacunarse.