Se ha notificado el retorno a las aulas con las respectivas precauciones de seguridad, una vez que la pandemia va empalideciendo y las vacunas multiplicándose. El anuncio es esperanzador, después de casi un año y medio que se cerraron las instituciones escolares lo que diezmó la educación en todos los niveles, especialmente en las carreras académicas que requieren de prácticas preprofesionales vigiladas.
Los artilugios electrónicos han reducido exponencialmente la calidad de la enseñanza, la sociabilidad del educando y la maduración de la personalidad. Todos somos conscientes de los efectos perniciosos que venía trayendo la tecnología electrónica y que en tiempos de pandemia agudizó las facultades intelectivas, emocionales, técnicas, científicas y, sobre todo, la condición humana. La fascinación tecnológica ha evidenciado que el aprendizaje es más superficial e inconsciente.
La postpandemia debe llevar al debate un enfoque para la educación del presente y el futuro, un modelo que en el inicio del milenio ya se advirtió por una cosmovisión basada en incertidumbres del mundo hacia las actuales y futuras generaciones. Como en toda crisis, en ésta también se pondrá los ojos en la educación a fin de que transforme la sociedad a un futuro viable sobre la base de democracia, equidad y justicia social, paz y la armonía con el entorno, claves del mundo por venir.
Dos décadas atrás la Unesco propuso un nuevo modelo de educación en términos de durabilidad, con un programa internacional de educación, sensibilización del público y formación para la viabilidad. Aún partícipe de la Academia, presté atención en algunas propuestas y la que más me fascinó fue el proyecto del hoy centenario francés Edgar Morin, filósofo y sociólogo que proponía siete saberes fundamentales que deben aplicarse en cualquier sociedad y cultura.
Menciono el Tercero: Enseñar la condición humana, que en las últimas décadas y peor en el tiempo de la pandemia se ha soslayado. Considera Morin que el ser humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social e histórico, en una unidad compleja desintegrada por una educación atravesada de disciplinas que imposibilita aprender lo que significa “ser humano”. Sostiene que las disciplinas deben ser pilares para reconocer la unidad y complejidad humana, reorganizando los conocimientos dispersos.
Dura tarea para el Ministerio de Educación si quiere trazar un nuevo paradigma educacional, pero no imposible. La condición humana es reconocerse en la humanidad común y en la diversidad cultural, inherente a todo cuanto es humano. (O)