Transcurrido un mes del corte del trigo, es decir a principios de agosto, se desataban los vientos, huían las lluvias, se arropaban las neblinas en las montañas, emigraban en bandadas las aves en pos de alimento, permanecían solamente los mirlos ladrones y asesinos de sus semejantes, igualándose a muchos humanos. Era el tiempo de la trilla.
Muy de mañana esparcida la parva en la era, quince o veinte caballos uncidos y la bestia más potente de volante giraban y giraban a medio galope, detrás de ellos armado de un chicote el más joven de los peones en un trabajo agotador batía enviando la beta al aire con grito seguido de “echa polvo, echa polvo, echa polvo…turrriajaaa…turrriajaaaa!”, hasta que otro grupo de peones, a medio trillar sacaban los caballos y con una horqueta de madera retiraban el tallo apisonado que se recogía a un lado; después de otra pasada delos caballos, se repetía la operación hasta que el grano amontonado con una pala ancha, siguiendo la corriente del viento, aventaban y aventaban hasta conseguir que el trigo, libre de raspa y de cáscara, quede completamente limpio.
Esta labor, a veces duraba días por el capricho del viento y no entraba la trilla. Había que cuidar el montón durante la noche y la dormida en el tamo era la gloria para los adolescentes que pasaban vacaciones en la hacienda y podrían gozar contemplando la luna y las estrellas.
Y todo ya es pasado, las máquinas silenciaron la música del trote de los caballos pisando la gavilla y su relincho de viento… (O)