Entre la dicotomía de un buen propósito y el impacto que este genere, se naturalizan términos de “propia impronta” que en determinado punto menoscaban el lenguaje, me refiero a lo que compila una problemática social y que con el tiempo se visibiliza aún más; eventos que siempre han ocurrido, tal vez en menor incidencia en décadas pasadas o probablemente en la actualidad, se refuerza de a poco una cultura de denuncia; el hecho es que se trata de una problemática asociada a la violencia y cuya percepción es más latente.
Aquellas manifestaciones de agresión vinculantes a la seguridad ciudadana entre pares; de adultos a niños, niñas y adolescentes; entre adultos, toman más fuerza, ya sea en incurrencia, en reproducción y en perversidad; lo que sin duda implica un alto riesgo para la integridad de cualquier víctima.
A manera de un llamado de conciencia, desde los espacios que motivan acciones efectivas, se utilizan terminologías ajenas a nuestra lengua hispana y coloquial; bullying, grooming, mobbing, entre otros, que muy probablemente cause el impacto a la población que se pretende re educar, moradores de edad y sexo oscilante y que constantemente están expuestos a los riesgos del entorno; entonces, y sin subestimar el mayor peligro, la lengua en su contexto ampliado, también constituye un riesgo al que hay que acoplarse. (O)