Si roban, roben bien. Justifiquen bien, compañeros. Así arengaba en días pasados a sus seguidores una amazónica legisladora que, acto seguido, ayudó a gritar “que el pueblo unido jamás será vencido”. El intento de explicar ese dislate embarró más las cosas al decir que esas frases se debían a que la oradora era quichua hablante y se había confundido al momento de expresar en castellano lo que pensaba en su lengua ancestral. También se dijo que la frase fue sacada de contexto, viejo pretexto cuando los políticos, primero hablan y después piensan; o la ya tradicional cantaleta de que se trata de críticas racistas.
Las expresiones citadas deben relacionarse con otras similares de los últimos años, para entender que no se trata de un error de oratoria sino de una forma generalizada de pensar. Todos recordamos que, cuando en el pasado reciente se criticaba a la corrupción campante en la larga lista de obras con coimas y sobreprecios, había alguna gente – más de la que podríamos imaginar -, que justificaba esos robos señalando que, sí robaban, pero, que hacían obras. Hacer obras aun cuando se robe, fue una conducta reincidente en el país.
Vivimos tiempos en que la locura vuelve a imperar. Erasmo de Rotterdam, el gran humanista del Renacimiento del siglo XVI, en su obra “Elogio de la Locura”, decía que no es la razón sino la locura la que domina y gobierna al mundo. Y, ciertamente, un país en donde hay exmandatarios fugados o en la cárcel, dos excontralores tras las rejas, un Defensor del Pueblo procesado, es un país en donde gobernó la locura. Una locura por hacer dinero fácil, que ha terminado en los años recientes, amasando gigantescas fortunas y cientos de nuevos ricos a base de la política. De políticos que aprendieron la lección de robar bien y justificando bien. (O)