OPINIÓN | El mundo de los crucificados no es un lugar excepcional o esotérico…es un mundo donde millones de seres humanos mueren de la lenta crucifixión, que les produce el hambre, la miseria, el desempleo, y, los falsos profetas.
Haití es un país donde la violencia y el crimen cunden. La pobreza extrema y la falta de trabajo son la norma. La institucionalidad no existe.
El terremoto del 2010 dejó sin vida a más de 300 mil personas y generó mayor pobreza. Haití, otrora un país rico por sus cultivos de caña, padeció en décadas anteriores las dictaduras sanguinarias de “papa Doc” y “Baby Doc”.
Haití sigue inmerso en el caos y la anarquía. Son doce millones de seres humanos que solo figuran en la primera plana de las noticias mundiales cuando explotan las peores tragedias. Es una nación indefensa que tiene que recurrir a la caridad mundial para encontrar las limosnas que le permitan atender en algo la calamitosa situación que arrastra por más de un siglo.
Los habitantes de Haití viven cubiertos con el oscuro manto de la anarquía política, la falta de un Estado, y la corrupción que rodea a las pocas instituciones desde la época de la dinastía asesina de los Duvalier.
Haití hoy, es de nuevo protagonista de las noticias por el asesinato de su último presidente Moise. Haití es un País fallido, donde los ciudadanos solo reciben la violencia y no tienen acceso a un trabajo estable, a servicios públicos o a una educación que les permita construir su futuro.
Pese a haber padecido una estela de desastres, llama la atención que la comunidad internacional solo voltea sus ojos a Haití cuando aparece una de esas tragedias consuetudinarias que golpean a la nación más pobre de América, la más necesitada. Entonces, aparecen donativos y llamados a la solidaridad. La ONU y la OEA proponen misiones humanitarias, entregan algunas ayudas y se retiran cuando la crítica se ha calmado.
Las potencias mundiales poco o nada hacen para resolver de raíz la crisis y la anarquía que consume y hace inviable e invivible a toda una nación.
Los sobrevivientes de esta tragedia humana, en sus futuros despertares, sentirán solo tristeza, llanto y desesperación, frente al hambre y la miseria; se verán obligados a plantar sus almas y corazones en campos distantes, apartados de los caminos del tiempo. (O)