Concebir a la violencia de género desde su definición exacta como “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado” y a la violencia contra la mujer o miembros del núcleo familiar como “toda acción que consista en maltrato, físico, psicológico o sexual ejecutado por un miembro de la familia en contra de la mujer o demás integrantes del núcleo familiar” es ir más allá del entendimiento que nos proveen ciertos instrumentos jurídicos; es discernir que son actos de odio con claro propósito de destruir, en contexto ampliado e integral, la humanidad de una mujer, no siempre ajena a restricciones de edad y de otras determinantes asociadas a la condición sexo y sexo-genérica.
Los delitos sexuales como otra forma de violencia de género a razón de relaciones de poder, pues el poder designa multi dinámicas de relaciones, no cesan. Las prácticas de dominación y control que vocean las noticias a la par de la estadística y la percepción, nos recuerdan que la seguridad para nuestros niños, niñas, adolescentes y mujeres, como población más vulnerable, se vuelve una aspiración lejana; ya en materia de gestión, una política pública que exige de empatía, sostenibilidad y severidad. (O)
