Es innegable la alegría que cobija al país cuando las y los deportistas ganan medallas. Pero no solo ganan medallas, hacen que el himno del Ecuador se escuche en el mundo y haga eco en los niños que escriben sus sueños ahí. Sin embargo, ¿realmente nos pertenecen esas medallas? Los deportistas crecen en comunidades abandonadas, entrenan en situaciones precarizadas, omitidos por el Estado y sin condiciones dignas. A pesar de todo, lo logran. Lo logran y demuestran que el deporte es importante, que el deporte deja el nombre de ellos y del país en alto. Hacen historia por ellas y por todas.
Mas no podemos ser indiferentes al camino que debieron sacrificar para llegar al podio. No podemos romantizar la pobreza, la injusticia y la negligencia porque se vuelve el realismo más ingenuo que termina vulnerando la victoria.
Celebramos un triunfo contra todo pronóstico, celebramos el deporte porque las niñas sonrieron, se reconocieron y celebraron ver a mujeres levantando no solo pesas, también la ilusión de comunidades enteras. Porque los niños sonrieron, viendo que pedaleando se llega a la cima del mundo. Celebramos los sueños pero siempre con dignidad. (O)