La sociedad del conocimiento está modificando la cotidianidad, incorporando valores adicionales a todos las actividades y campos profesionales. Vemos, por ejemplo, aportes tangibles e intangibles en los productos, que permiten ampliar la oferta y los servicios. Es aquí cuando la creatividad tiene que salir a flote, para romper la cadena del valor tradicional y presentar nuevas opciones.
Los consumidores tenemos la opción de escoger entre las grandes corporaciones que se configuran en torno a las redes sociales e Internet, sin embargo, ante esta competencia por vender, también estamos atentos en identificar cualidades propias de nuestra cultura, que también forma parte de esta dinámica económica. A la final, adquirimos productos que tengan valor, utilidad e incluso, impacto sensorial.
El mercado busca iniciativas creativas y los jóvenes profesionales están prestos para brindar lo que los usuarios necesitan; lo que hace falta es optimizar la estructura organizativa para que se dé una mayor participación a este personal creativo y que las nuevas ideas sean evaluadas y aplicadas; también, procedimientos y metas claras y alcanzables (mediciones, retroalimentación y rectificación constante de las debilidades); además, implicación y compromiso, donde se evidencie el sentido de pertenencia e identidad, sin olvidar recompensas e incentivos, ya que el salario emocional es tan importante como el económico.
Tener una cultura de trabajo creativo será beneficioso a corto y largo plazo; sin embargo, es importante asignar recursos, identificar y aprovechar las capacidades de los profesionales en conocimientos específicos, para proponer estrategias valiosas, que no se queden solo en vender un producto, sino que también, que genere sentido de pertenencia, adicional a crear un ambiente donde se pueda generar experiencias emocionales en los usuarios, evitando caer siempre en las generalidades. (O)