Si alguien afirmara que el COVID-19 a nadie perdona, incluida “la Churona”, se pensaría que su cerebro anda chueco y que es un serio candidato al Lorenzo Ponce. Pero no tanto. Más allá del área biológica sobre la que las afirmaciones acertadas y descabelladas inundan las redes sociales, esta pandemia ha agredido con fiereza al espacio cultural, en sentido antropológico. Los serios trastornos sociales han forzado una cuarentena a actividades religiosas, culturales, deportivas que han tenido que recluirse. La reclusión, símbolo preventivo curativo del COVID19, ha afectado el ordenamiento social sin posibilidad de vacuna.
La peregrinación al santuario de la virgen del Cisne en esta época, ha sido un evento extraordinario para un amplio sector popular que se preparaba a lo largo del año. Más allá de la motivación religiosa, hay un complejo y agradable ordenamiento de los peregrinantes con unos días de recorrido, con el consiguiente entramado de alojamientos nocturnos, fiambres y más exigencias de un acontecimiento informal que parte de organizaciones previas y genera un entramado de relaciones y amistades que se mantiene durante la peregrinación y, a veces, se enraíza por largo tiempo.
La pandemia ha afectado con fuerza a este evento para evitar aglomeraciones y multitudes inevitables que dan fuerza y “calor” a este acontecimiento religioso y social. Los efectos de esta peste contaminante para el organismo humano no han perdonado al “cuerpo social”. Para un buen número de hinchas, no poder ir a los estadios a ver ganar o perder a su equipo y lanzar gritos de todos los colores y sabores –no me atrevo a añadir olores- siendo una frecuente receptora la madre de los árbitros, es un efecto de esta desconocida enfermedad.
Afirmar que “la Churona” se ha contaminado, no es descabellado. (O)