Un día como hoy, intrépidos compatriotas inspirados por el pensamiento del más ilustre ecuatoriano de todos los tiempos, doctor Eugenio de Santa Cruz y Espejo, cumplieron con sus ideales de independizar a la nación de la Corona de España y librarse de sus disposiciones autoritarias. Manuel Urriez, a la sazón presidente de la Real Audiencia, recibe de manos del doctor Antonio Ante un documento que lo cesaba en sus funciones y que daba a conocer los principios fundamentales de la transformación política de la nueva patria. Este hecho pasó a la historia como el primer hito de emancipación de los pueblos americanos.
Han pasado más de dos siglos y los rituales en torno a esta gesta siguen siendo simplemente protocolos, organizados por los mismos que se valen de estas hazañas para cretinizar a las masas y mantenerse en el poder, desde donde reeditan el pan y circo de los romanos. En 202 años lo único que se ha pasado es pasar a vivir a cuenta de otras coronas extranjeras y de otros soberanos criollos, quienes han ido alternándose y despojando los recursos del Estado; algunos inclusive avasallando las libertades de pensamiento y expresión.
Hay todavía países hispanoamericanos, incluido el nuestro, que han desprestigiado la heredad libertaria de Espejo, Morales, Ante, Quiroga, Montufar, Salinas, Riofrío, Arenas, Castillo, Aguilera… Ahora los dictadores posmodernos repiten las mismas operaciones de dominación; no obstante, los ideales de los próceres del Primer Grito de la Independencia siguen vigentes.
Hay que honrar a los insignes independentistas, recordando el pensamiento deweyano: “La amenaza más seria para nuestra democracia, no es la existencia de los Estados totalitarios extranjeros. Es la existencia en nuestras propias actitudes personales y en nuestras propias instituciones, de aquellos mismos factores que en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurada la disciplina, la uniformidad y la confianza en el `líder´. Por lo tanto, el campo de batalla está aquí; en nosotros mismos y en nuestras instituciones”.
Hay que romper las cadenas de la indolencia, ser conscientes de nuestras responsabilidades y combatir desde dentro de las propias instituciones todo aquello que está descompuesto por viejas y nuevas estructuras. Seremos cómplices si no alzamos la voz y no actuamos como buenos ciudadanos hasta derrocar la morbosa organización de la justicia y de otras instituciones sociales que dejó implantando el autócrata, hasta finalmente ver definida una nueva Patria con dignidad. (O)