“No hay mal que dure cien años”. Con una actitud optimista tenemos la impresión de que, en nuestro país, la pandemia va perdiendo terreno, en buena medida, por la intensa campaña de vacunación del actual gobierno que está cumpliendo con una de las ofertas de su campaña electoral. Las forzadas campañas de aislamiento ocasionadas por el COVID-19 han tenido un muy fuerte impacto en el ordenamiento social y económico del país que llevará tiempo superar, pero ya comienzan a darse los primeros pasos para el retorno a la normalidad que, con todas sus limitaciones, tiene un ordenamiento del entorno social al que nos hemos habituado a lo largo del tiempo.
En el nuevo año lectivo de la sierra y la región amazónica que se inicia el próximo mes, un importante número de planteles educativos de todos los niveles abrirá sus aulas con la tradicional educación presencial. La pandemia amenazó paralizar el proceso educativo, pero se puso en práctica el uso de la informática para impedirlo. Deberá transcurrir un tiempo para lograr una evaluación realista de esta innovación, pero lo importante es que se recurrió a ella alentando a estudiantes y profesores a incrementar su pericia en esta tecnología. Dejó también en claro limitaciones en sectores rurales de la imposibilidad de acceso al internet y la limitación de aparatos suficientes en familias pobres.
Sin anticipar el futuro, creemos que las ventajas de la educación presencial son muchas. En centros educativos no solo se aprende lo que los maestros enseñan en clase, sino que hay un aprendizaje informal que enriquece la vida como la vinculación social directa con otros alumnos y el desarrollo de amistades, simpatías y antipatías personales muy importantes en nuestras existencias y en la estructuración de las personalidades. Estas vinculaciones con frecuencia se mantienen a lo largo de la vida. Se ha vivido una experiencia en este campo que dejará una serie de lecciones positivas, así como limitaciones que nos enriquecen.