Los símbolos tienen una larga tradición que hunde sus raíces en “la noche de los tiempos”, aquel punto inalcanzable por remoto. Ahora bien, es preciso que diga que el símbolo es el lenguaje hermético y propio de las escuelas esotéricas, mediante el cual comunica a sus iniciados -y solo a ellos- sus secretos más recónditos, manteniéndoles así a salvo de la rústica curiosidad de las turbas profanas. Pero su significado no se detiene allí, sino que va mucho más hondo y lejos: pues asocia el despertar espiritual del individuo en el propio símbolo, por lo que este debería integrarse y no comprenderse.
Karl Jung, el gran pionero de la «psicología profunda”, al referirse a los símbolos estableció la teoría de los “arquetipos”: “aquellas impulsiones que, proviniendo del inconsciente colectivo, son registros de toda la historia humana”. Entonces, es una “una experiencia de alcance total que unifica a la humanidad de forma “arquetípica”.
Bueno, más allá de la ciencia, y más acá de nuestra cotidianidad, acaba de ocurrir un hecho que por sus profundas connotaciones es un acto simbólico que trasciende sus propias fronteras: la Corte Nacional de Justicia, bajo la batuta del doctor Iván Saquicela Rodas, acaba de “tomarse”, simbólicamente hablando, el edificio destinado inicialmente para la UNASUR, la fallida organización que aupaba a los líderes del fallido socialismo del siglo XXI. El acto en sí, representa un categórico reemplazo de aquellas trasnochadas ideas y, sitúa a la justicia como elemento sustancial de la condición humana y de su convivir. Ojalá que su mensaje se integre y encarne en una decisión presidencial que recuperaría un edificio para la que resulta la función más compleja y quizá más importante: la de administrar justica, esto es, como lo quería Ulpiano: “Dar a cada quien lo que le corresponde”. (O)