La Paz (EFE).- Técnica, paciencia e imaginación son los elementos centrales que utilizan los integrantes de la cultura jalq’a al momento de plasmar en sus tejidos de colores contrastados figuras mitológicas del inframundo junto a aquellas que pertenecen a su vivencia cotidiana.
Los jalq’as están distribuidos en territorios de los departamentos de Chuquisaca y Potosí, principalmente en valles y cabeceras de valle en esas regiones, y aunque hablan quechua tienen su particularidad alrededor de la música, los ritos y la vestimenta junto a su propia identidad.
Lo particular en la vestimenta jalq’a son los detalles bordados en los extremos del pantalón, almilla o camisa, manto o lijlla, poncho y un sombrero pequeño en los hombres o la falda o axsu, pallay, que es una especie de mantón, y la almilla de las mujeres, entre otras prendas.
LA TÉCNICA ANCESTRAL
«Estamos valorando la herencia de los tatarabuelos que tejían las figuras», dijo a Efe Justina Paco, una mujer jalq’a cuando se le pregunta por qué en los tejidos predominan el rojo y el negro y las formas de animales típicos y seres imaginarios en los «cuadros» de tela.
El proceso de tejido de un cuadro, un trozo de tela bordado, puede demorar hasta unos cuatro o cinco meses si este es «más lleno» porque el proceso implica extraer la lana de oveja o llama, darle color, hilar y llevarla a un telar.
Este telar está compuesto por cuatro palos de madera amarrados en sus intersecciones y atravesados por otros más cortos cuando el hilo está organizado en decenas de surcos que se raspan con un hueso de llama para luego ir realizando los puntos, explicó Justina.
«Para que salga puro negro la figura, tienes que escoger. Dos negros uno rojo para el negro y para que salga el rojo tienes que escoger dos rojos un negro», así es como se representan cóndores, liebres o sapos, además de una suphay, que equivale a un demonio, monstruos u otros seres del uku pacha o inframundo, recalcó.
TODO SALE DE LA MENTE
Tejer «es una profesión para nosotros», dijo a Efe Juliana Choque, que contó que su mamá Juana le enseñó a tejer hace 29 años, cuando tenía nueve, y cómo esta práctica le ha servido para trabajar y sentir «orgullo» de sus orígenes.
Las figuras vienen de la «imaginación, «sacamos de la cabeza», «cuando mi mamá me enseñó no podía», porque «no me mostraba» cómo, «todo (está) en la mente», aseveró.
Juliana recordó que cuando hizo su primera figura, la de un búho, en un telar especial para figuras pequeñas tardó «casi dos semanas» y cuando aprendió la forma de representar las figuras en su imaginación directamente en el telar sin necesidad de un dibujo anterior o de un modelo guía, logró hacer el tejido en «poco tiempo».
Por su parte, Justina detalló que «cuando un diseño se termina se tiene que pensar ahí y (decidir) qué animal tiene que empezar» a tejerse y que cuando «ya se sabe tejer, uno no se equivoca».
Así es como pueden representarse animales que se pelean y se comen entre sí, los khurus o gusanos que, según los jalq’as, son los seres que estaban en el principio del mundo, los monstruos, demonios o seres de la naturaleza, todo producto de la inspiración del momento y de un manejo artístico espontáneo.
Para la investigadora María Isabel Rojas, lo que hace la cultura de los jalq’as es un «arte colectivo» que lucha por no quedar desvalorizado sino que se pueda recuperar, mantener y enseñar a nuevas generaciones, algo que incluye a los hombres jalq’as que como las mujeres «también tejen», mencionó.
Rojas apuntó que muchas prácticas textiles de hilado y torcelado se han ido perdiendo en algunas regiones y que inclusive en el mercado local «es difícil tener los primeros productos» para mantener la forma original de realizar estos textiles manuales.
Justamente, algo que ha golpeado fuertemente a los jalq’as ha sido la pandemia de la covid-19 que ha impedido que muchos turistas extranjeros lleguen hasta sus comunidades para comprar los tejidos.
Por la pandemia «nos hemos parado» y ahora «recién estamos queriendo organizar a nuestras compañeras para otra vez tejer, vender y promocionar», remarcó Juliana. EFE