Cuando me entero del fallecimiento de Diego Orellana Murillo, me inunda un profundo sentimiento de pesar y nostalgia que es como un llamado a los recuerdos y certezas de caminos y utopías compartidos a ritmo de estudio, rebeldía y canciones que Bandera Roja, emblema y símbolo de una generación comprometida, nos entregaba en su voz; lo mejor de la expresión musical popular y testimonial latinoamericana y nacional.
Y hablar del conjunto musical Bandera Roja, es hablar de Diego Orellana Murillo, su voz y referente, que dice bastante en tratándose de un selecto grupo de artistas unidos por afinidad y convicción. Al referirme a Diego y Bandera Roja, no quiero ignorar su trayectoria protagónica en otros espacios artísticos musicales, como los conjuntos Tercera Dimensión y Rondalla Universitaria, en los que destacó con luz propia llegando a grabar un numeroso patrimonio musical y así dejarnos un legado material también. Me refiero a Bandera Roja, porque sintetiza el sentir de una generación que supo gestar una tradición cultural, que al estilo de “La Barraca” de García Lorca; acá, llevó el arte a los sectores populares, para acompañar y dinamizar los movimientos sociales en sus escenarios naturales como la comunidad, el barrio, el gremio y desde luego en los teatros: universitario “Carlos Cueva Tamariz” y Casa de la Cultura, los escenarios, por excelencia, de expresión cultural de la ciudad.
Leal en la amistad, solidario y constructivo, consecuente con la vida y su posición ideológica; apasionado por la cultura popular, las tradiciones ancestrales y la música vernácula. Recordaremos sus interminables recitales en la intimidad de la camaradería, la amistad y las tertulias, como en el Café Terraza del Barranco o en su Quingeo amado, Comala, como lo llamó, en su visita, el artista colombiano Omar Rayo. Hay tanto para recordarte Diego que, seguro, no te has ido. (O)