El número de asesinatos en nuestro país, tenemos la impresión que aumenta de manera alarmante, sobre todo en Guayaquil. Verdad es que, por el atractivo de las malas noticias en las colectividades, la información es abundante y detallada y el incremento de población avanza, pero lo deseable sería que, mediante un proceso de educación positiva y el mejoramiento del control de seguridad con las tecnologías contemporáneas disminuya este mal y nos acerquemos ideal de vivir en plena paz. Desde Caín, en la versión bíblica judeo cristiana, se pone de manifiesto y condena el uso indebido de la violencia que, a disgusto, es parte de nuestra condición, pero ante su persistencia, los componentes de seguridad deben ser cada vez más eficientes.
A lo largo de la historia, como un mecanismo para hacer frente a los enemigos de la colectividad, se han incrementado y mejorado tecnológicamente las armas y se ha rendido culto a aquellos que en enfrentamientos armados han de mostrado valentía y destreza. Aunque para algunos sean innecesarios, los cuerpos armados de los países existen y sus integrantes deben ser entrenados en el eficiente uso de armamentos. Pero carece de sentido que personas de la sociedad civil las puedan adquirir, peor aún si hay facilidad para este comercio. Es muy frecuente que integrantes de organizaciones delictivas se aprovechen de esta situación con fines maléficos.
Obligación de los gobiernos es proteger a los ciudadanos comunes de este tipo de amenazas y contar con instituciones internas que contribuyan a esta seguridad, lo que importa es que tengan eficiencia suficiente para apaciguar a la ciudadanía frente a estos peligros, pero aceptando el aserto “más vale prevenir que tener que remediar” creemos que deben afinarse cada vez más las condiciones y requisitos para adquirir estos artefactos dañinos. La “sabiduría” de las organizaciones delictivas para burlar estas precauciones es enorme, pero mientras más se dificulte esta posibilidad, algo se habrá avanzado en la seguridad global.