San Francisco de Asís, no es el santo más popular pero tal vez si el que más simpatías genera. Es admirado por ecologistas, veganos y pacifistas. Ateos y rojos, anarquistas y comecuras, le respetan. Hasta un viejo amigo mío que se enorgullecía de no haber entrado jamás en su vida a una iglesia- salvo una vez para guarecerse- decía que: al santo de Asís mis respetos, señor.
La Edad Media europea, que algunos equivocadamente creen que fue una época de tinieblas, contribuyó significativamente al desarrollo de la humanidad. Allí nacieron las lenguas modernas, sus primeras literaturas, como el Poema del Mío Cid, la Canción de Rolando o Los Nibelungos. Allí vivió Santo Tomás y surgió el arte románico y el gótico, amén de las primeras universidades. Y, entre otros grandes hechos, allí vivió San Francisco, que dejó un legado inmortal de pobreza, humildad y sencillez- acordes a las fuentes del cristianismo-así como su amor por la naturaleza y la vida. Son creaciones de Dios -decía- y participan de su perfección.
En tiempos en que solamente se valoraba lo espiritual y se veía a la materia como imperfecta y fuente de pecado, recuperó para la humanidad la valoración por la naturaleza, la materia y la dignidad humana, aquí en la Tierra y no solamente en el más allá.
Anticipó una nueva visión del mundo: la del Renacimiento. El primer pintor renacentista – el Giotto- lo pintó junto a árboles, animales y montañas, antes ausentes de la iconografía cristiana. En el seno de la Edad Media, anunció al Renacimiento y con ello al mundo moderno.
La Universidad del Azuay acaba de inaugurar su nueva y hermosa capilla, que conjuga arquitectura, sobriedad y naturaleza, bajo la advocación de San Francisco y Santa Clara de Asís. Con ello da un nuevo paso adelante, reforzando sus raíces: Católica por definición, alejada de todo fundamentalismo y abierta a todas las corrientes. (O)