Del dulce o truco, pasando por la antorcha dentro de la calabaza, de lo ornamental a lo utilitario; de la tradición a la fiesta, los símbolos nos remontan sobre la noche del tiempo en busca de sus significados y contenidos
Entre el equinoccio del 21 de septiembre y el solsticio del 24 de diciembre, la posición de la tierra en su trayectoria provoca que las noches sean más largas que nos días; en el camino, el 31 de octubre marca el fin de las cosechas, evento que ha sido recogido y conmemorado de diferente manera en diferentes culturas a lo largo de la historia.
Los Celtas lo consideraban como el fin del un ciclo y el inicio de un nuevo año, su constructo mitológico establecía que la noche del 31 de octubre se abría un portal entre el mundo de los ancestros y el de los vivos, para ello debían preparar el encuentro, tanto en lo utilitario y ornamental, cuanto en lo trascendente del encuentro.
En lo utilitario, la antorcha dentro de la calabaza, inconfundible símbolo del Halloween tenía como propósito guiar a los espíritus de los ancestros desde el inframundo de los muertos hasta nuestro plano de existencia; y, luego de regreso.
A la puerta, junto a la calabaza, los Celtas dejaban alimento para los ancestros, consideraban que, de no hacerlo, estos se molestarían y tomarían represaría, nace así la costumbre de golpear la puerta y, vestido de fantasmal espectro, invocar el conjuro “dulce o truco”.
Del Samhain a la fiesta del Halloween la cultura camina sobre el tiempo, construye puentes; integra usos y costumbres; la cultura evoluciona y, en su andar nos invita a recuperar sus profundos sentidos y contenidos.
Halloween, más allá de una fiesta “gringa” puede converger en un conjunto de profundas reflexiones alrededor de lo hoy ornamental y utilitario. Halloween es la fiesta del fin de cosecha, la gratitud por lo recibido y la promesa del nuevo año. (O)