A diferencia de Quito, en cuyo seno se gestó la escuela quiteña de pintura durante la colonia, cuyos pintores han sellado sus nombres sobrepasando los siglos, Cuenca fue modesta en el campo de las artes visuales consolidando con orgullo su apelativo Atenas del Ecuador. Sus habitantes se sentían y se sienten orgullosos por vivir en una ciudad con fama, por lo menos nacional, de “tierra de poetas”. Desde hace unas décadas, el evento de pintura más importante del país: La bienal, reconocida internacionalmente, se realiza en nuestra ciudad.
Este hecho, insólito por decir lo menos, tiene una “culpable”: Eudoxia Estrella, que el jueves de la semana pasada se despidió definitivamente de su amada Cuenca luego de 96 años de tránsito que inundó de belleza nuestra ciudad. Cuando se habló de la bienal muchos creyeron que se trataba de una utopía salida de su espíritu en el que su amor al arte desbordó en acuarelas fascinantes. Esa utopía se hizo realidad y persiste 34 años. Su creatividad de artista, más allá de sus pinturas, se proyectó, con intenso efecto contagioso, a la difusión de su admiración al gran público.
Sobre la inigualable calidad de su obra pictórica, mucho se ha escrito y su presencia de alto nivel en el arte ecuatoriano es evidente. También sobresale el desborde de su talento a los demás mediante la docencia y la organización. En los inicios de la década de los ochenta se inauguró el museo de arte moderno y Eudoxia fue su directora, ni de lejos como una dignidad honoraria. Volcó su vida a su “segundo hogar” y lo transformó en un ente dinámico del que nació la bienal.
Muchísimas cualidades anidan en el espíritu de Eudoxia, una de ellas la persistencia –calificada por algunos como terquedad- Bendita terquedad que se encarnó en la realización de sueños como el museo y la bienal. Me honraste con tu amistad que perdurará hasta el final. Adiós. (O)