En vísperas de la celebración del Día de Difuntos cuando la muerte de miles de seres humanos ha marcado estos tiempos de manera dolorosa y angustiante, nos vemos envueltos en las generosas y exóticas fragancias de especies como la canela, el clavo de olor, la pimienta dulce, así como de la hierba luisa, del cedrón, del arrayán y de la hoja de la naranja que en perfecta armonía con el mortillo, la piña, el babaco, las naranjillas, la guayaba van dando cuerpo y textura a la harina de maíz negro para disfrutar de una de las más tradicionales y deliciosas bebidas preparadas desde tiempos prehispánicos que junto con las “guaguas de pan” –parte sustancial de los ritos funerarios de las comunidades indígenas– nos deleitan y nos recuerdan nuestras raíces indígenas que hablan de la relación entre la vida y la muerte, y de la muerte y el renacer; de allí, el impresionante sentido que cobra el adagio popular que exclama
Que este inicio despierte la semilla de humanidad en nuestra especue: «Los muertos, muertos están y los vivos ¡carajo! ¿cuándo despertarán! (O)