Días atrás se me acercó Alex junto a su abuelita, quien traía los ojos llenos de “impotencia”, en situaciones así es cuando entendemos que el tiempo dedicado a personas que necesitan ser escuchadas siempre será un tiempo de oro, pues se invierte en vida y se invierte en esperanza, procurando restituir el alma con una sonrisa.
Mientras adecuamos el casual y frío espacio por un ambiente de repentina calidez, Alex miraba a su abuelita mientras contaba como sus nietos han sido víctimas de la violencia. La reiterada indiferencia de una madre, los insultos, el miedo y las marcas en los brazos de Alex a causa de la extrema agresividad de un padre motivaron a que él interrumpa el relato y con notoria determinación me dijera: ¡Doctora, yo ya tengo 10 años, cumplí el domingo pasado y quiero denunciarle a mi papá! Me sonreí por su convincente afirmación y me limité a responder que no soy Doctora, que soy su nueva amiga.
Él, desencantado de su imaginario de familia, secando con manos temblorosas las lágrimas de su abuela y decido a darle “un merecido a su padre” me pidió que lo acompañe; ya en el lugar, lo reciben con esta afirmación: “mijito no tienes edad para denunciar, eres muy chiquito”, sin demorar él me miró, esperando que ese sentir de desprotección no se repitiera otra vez; intervine de inmediato expresando que, si la norma no lo permite, su valor y coraje merecen una acción compasiva. Hay veces que con poco se hace más… (O)