“Si un barquito de papel está por naufragar, socórrelo, corrígele el timón, mi amor”, canté de repente y sin saber por qué mi cerebro había elegido esa canción para acompañarme durante la tarde. Luego comprendí el juego y sonreí, pero con verdadera tristeza.
En las bodegas de la Dirección Municipal de Cultura había ocurrido un naufragio el día anterior en el que se echaron a perder más de 3500 libros editados por su proyecto editorial. El dolor fue inevitable, claro está, además del lamento sobre las embarcaciones de nuestras palabras y acervo cultural perdidas, la indignación de pensar en los miles de dólares en recursos públicos desperdiciados en una crisis como la actual se hacía latente.
Las advertencias sobre cierta miopía en la gestión editorial pública –patología de visión cultural de la que adolecen varias de las autoridades del sector– llevan escuchándose desde hace tiempo, pero parece que es más cómodo ignorar el timón y echar la culpa al equipo técnico que vive entonando admoniciones.
Mientras las instituciones públicas se dediquen a publicar por publicar dejando de lado la búsqueda del público lector para cada libro, es decir, un buen plan de circulación; mientras se siga pensando que la lectura es una actividad de las élites intelectuales para obtener placer y entretenimiento y que el libro es una moneda de prestigio social; mientras haya más escritores publicados que lectores en la ciudad; mientras se insista en obviar la condición de la lectura de derecho fundamental para el ejercicio de la ciudadanía, más nos vale aprender a nadar… (O)