Un lugar común en la conversación sobre la comunicación gubernamental es la capacidad del gobierno de instalar agenda o de al menos exponer un discurso. En sistemas políticos más tradicionales o estructurados en materia comunicacional es común contar con el rol de un representante del ejecutivo con rango de ministro que tiene la función de vocero. Es decir, de comunicar la gestión en los distintos espacios del sistema medial. El Ecuador no tiene esa tradición, más aún cuando durante una década la voz presidencial irradiaba los espacios políticos y cotidianos sábado a sábado. De hecho en los siguientes gobiernos, por contraste, la crítica recibida ha sido precisamente la falta de esa voz presidencial.
La vocería en comunicación gubernamental requiere una capacidad de representación legítima pero también de conocimiento profundo de la gestión política a fin de entregar certezas en un contexto en el que por lo general predomina la incertidumbre. De ahí que respuestas ambiguas, comentarios imprecisos o errores graves en el mensaje minan la confianza y desacreditan la representación de quien ejerce esa función.
Si el interlocutor designado como vocero no puede ofrecer la intermediación oportuna, la confianza en el discurso y un contenido adecuado, el resultado es mayor incertidumbre y desgaste político. No es menor el registro de desaciertos en la vocería actual, que quizá por no contar con una estructura adecuada o con un perfil de competencias idóneo, este momento resultó ser un problema más para la comunicación gubernamental en el gobierno ecuatoriano. Mayor razón para seguir pensando en la necesaria profesionalización de la comunicación política en tiempos donde la incertidumbre es la constante. (O)