No me refiero a la cátedra de Ciencias Penales a las que asistía en la segunda mitad del siglo pasado en la Universidad de Cuenca, Facultad de Derecho y que consistía en crueldad extrema al matar a una persona, como uno de los componentes del asesinato, para distinguirlo del homicidio; me refiero a la practicada en la cárcel de Guayaquil, según se dice, por enfrentamiento entre miembros de bandas criminales rivales. Los deudos de las víctimas de estas matanzas se lamentan por la demora en la entrega de los cadáveres de sus parientes. La respuesta: dificultad en la identificación.
En relatos del lejano pasado, nos hacemos carne de gallina cuando se relata las torturas infringidas a personas como “condimento” en la práctica de la pena de muerte. La tendencia en el mundo para su supresión toma cada vez más fuerza y algunos Estados que la mantienen han “accedido” a eliminar el sufrimiento físico de los ejecutados con innovaciones como una inyección letal. En las ejecuciones practicadas por estas bandas, está de por medio el deleite morboso de sus verdugos que incineran y mutilan, no sabemos si a los agonizantes o sus cadáveres.
Mucho se habla sobre los orígenes, causas y soluciones para evitar estas matanzas en lugares en los que la alta seguridad es esencial y no faltan “sabios” que señalan con el dedo a los culpables, sin pensar que se trata de enfrentamientos de bandas “sin Dios ni ley” como se decía en el pasado, que hacen justicia respondiendo a sus oscuros instintos maléficos que incluye el deleite morboso de los verdugos.
En la práctica, estas matanzas de bandas encarceladas contribuyen con una cátedra de sevicia práctica. (O)