Dictadura del proletariado nace del marxismo, que propugna el ejercicio del poder por parte de los sectores populares, para acabar con el Estado burgués y establecer una sociedad sin clases.
Parece que esta concepción se impone actualmente en varios países del continente. Ecuador, por ejemplo, eligió al neoliberal Guillermo Lasso, pero inmediatamente la Conaie, el FUT, organizaciones políticas, ecologistas, sindicatos, parte de la sociedad civil, se oponen a la tesis escogida en las urnas, atándole las manos al Ejecutivo que ningún proyecto puede concretar hasta el momento.
Pero allí no termina esa dictadura proletaria. Cualquier proyecto u obra pública debe someterse a la socialización, que con frecuencia se torna imposición. Abundan las veedurías ciudadanas como para dilatar los procesos e incrementar sus costos. Sucede ahora en la designación del Contralor y Defensor del Pueblo, bajo la responsabilidad del Consejo de Participación Ciudadana, tiene 400 veedores, cada cual, con visiones e intereses diferentes. Igual sucederá para renovar parcialmente la máxima entidad que controla el sufragio. Muestra de la debilidad institucional y la desconfianza ciudadana hacia las funciones públicas.
Y esa “soberanía” popular acaba distorsionándose en las propias urnas, que escogen personajes improvisados, oportunistas, faranduleros, especialmente, para la función Legislativa, cuya versión pasada apenas tuvo el 2% de aceptación ciudadana.
Presionado por la Conaie para acceder al diálogo, el mandatario indultó a Jaime Vargas cabecilla de la manifestación de octubre del 2019, cuando quedan tantos otros encarcelados por delitos menores. Mientras las grandes mayorías permanezcan silenciosas frente a minorías bullangueras y luchadoras, la democracia continuará deteriorándose. (O)