La primera mitad del siglo XX fue -casi sin lugar a dudas- una de las mejores épocas de Cuenca. Y las buenas épocas de las ciudades no se dan por simple coincidencia o por alineación de los astros. Se dan porque surgen seres humanos con fuertes convicciones y férrea voluntad para hacer bien lo que tienen que hacer. Para repetir una vieja verdad, fueron personas que no solamente tenían opiniones como ahora, sino convicciones, que es lo que falta a la mayoría en nuestros días.
Por ejemplo, en 1919 nació la Cámara de Comercio de Cuenca, institución hoy centenaria que es parte fundamental de la historia de Cuenca. No solamente por ser el primer gremio que defiende los intereses de su gente con siempre renovada presencia, sino porque ha sabido hablar en nombre de la ciudad y la región en tiempos difíciles y cuando otros callaban. El interés particular de un sector de la sociedad no tiene por qué ser contrario al bien común cuando se procede con honestidad.
En esos mismos años, Cuenca vió y se benefició de muchos adelantos. En 1912 llegó el primer automóvil. En 1914 se instaló la primera planta generadora de electricidad. En 1920 llegó el primer avión desde Guayaquil, piloteado por Elia Liut. Hoy ciento dos años después, ya no tenemos vuelos al puerto principal. En 1920 se instalaron los primeros teléfonos en una iniciativa en la que participó la Cámara de Comercio y, poco después, los primeros teléfonos automáticos del país. En 1920 surgió la Fiesta de la Lira, el mayor certamen poético de Cuenca hoy reactivado por iniciativa de Juan Eljuri Antón y Efraín Jara, con el auspicio del Banco del Austro. Esos aportes hicieron nacer una nueva ciudad. Tiempos que no solamente debemos recordar, sino que deben motivarnos y servirnos de ejemplo para avanzar, como avanzó Cuenca en esos años. (O)