Y lo dicen como si nada. Como si fuera la cosa más normal del mundo. La vía Cuenca – Molleturo – Naranjal cerrada de manera “indefinida”. El acceso sur sumido en el más absoluto caos. Las vías al norte del país, angostas y agrestes. Las vías Limón – Gualaceo y Guarumales – Méndez, que conectan los pueblos del oriente, siempre a medio construir. El poliducto Pacuales – Cuenca, interrumpido y víctima de la ineficiencia y los consabidos sobreprecios. Y finalmente un octogenario aeropuerto sin opción de conexiones internacionales y menos aún de transporte de carga que permita sacar la inmensa producción del Austro al resto del mundo o proveer de materia prima a la pujante industria cuencana.
Pero claro, el problema no es tanto el olvido de los pueblos del sur o la certeza de que ningún pueblo puede desarrollarse en el aislamiento, sino el hecho de que se ha vuelto una realidad cotidiana. De que el absorbente centralismo se ha acostumbrado a esta realidad y se niega a tomar conciencia del problema. De que cada nuevo gobierno termina por caer, tarde o temprano, en la misma lógica de exclusión. La certeza de que hoy mismo, mientras escribo estas líneas, las grandes obras que el gobierno nacional planifica incluyen nuevos accesos, puestos y aeropuertos para el puerto principal y la capital; allí tenemos al nuevo aeropuerto de Posorja y el nuevo puente de Guayaquil como ejemplo patente y patético de las “prioridades” del gobierno, aún a pesar de que varios miembros del gabinete (de este y de los anteriores) han sido ilustres hijos de nuestro suelo.
¿Qué hacer entonces? ¡Pues defendernos! Desde la voz de nuestras autoridades electas, es cierto. Pero también desde la sociedad civil. Desde la serena voz de la academia, desde el combativo espíritu de los gremios y colectivos; desde la certera gestión de las cámaras y la potente empresa cuencana. Defendernos, sí. Defendernos con altura y respeto a la democracia, pero también con coraje. Con el valor que nos enseñaron los abuelos que levantaron esta ciudad contra viento y marea. Con la certeza, absoluta y definitiva, de que con Cuenca no se juega… (O)