La academia y el academicismo es el signo dominante de la recia y multifacética personalidad de Gustavo Vega Delgado, recia en el doble sentido de su humanismo (en la acepción de dueño de todos los saberes), que en su caso se desborda hasta anegarnos con su palabra sabia, y por sabia, capaz de penetrar todas las máscaras, como de aquel humanismo (suyo también) que apunta a hacernos más humanos, más compasivos, más ligados a esa solidaridad que es un abrazo a todos y al todo planetario.
Dialogar con Gustavo es, en sentido figurado y a la vez –aunque resulte paradójico-, abrumadoramente real, una descomunal y enriquecedora experiencia que, desde un enfoque objetivo nos pone frente a lo que en realidad es él: un verdadero oráculo o dueño y señor de las más complejas y apremiantes respuestas.
Maestro en el arte del bien pensar, del bien sentir y del bien decir, su palabra es esclarecedora, exquisita por la delicada trama lingüística que emplea, instigada sutilmente por un fino humor y, además, espejo de su pasión por el ensayo, la filosofía, la música, el periodismo, en suma, de quien como pensador y escritor (Ph.D.) develó todos los horizontes que se propuso. Con todo ese bagaje a cuestas, Gustavo acaba de presentar en su Alma Mater, su apasionado y apasionante ensayo: “En torno a la Universidad de Cuenca, Capítulos que se le olvidaron a Carlos Cueva Tamariz”, cuaderno de bitácora, “memoria viva” de su pensamiento universitario y, por su delicado texto, deslumbrante joya literaria. Por su universalidad, nos envió a la profundidad del océano del conocimiento, como de la meditación y también al cuarto de reflexión de las escuelas esotéricas, aquel donde nos enfrentamos con el mundo y con lo más arduo: con nosotros mismos. Una vez más, y sin proponérselo, fiel a su signo, Gustavo enseña, hasta cuando calla y escucha. (O)