Al haber en la especie humana un predominio del razonamiento sobre los instintos en la organización de la vida, debemos, con frecuencia, tomar decisiones como resultado de un proceso mental para organizar nuestra conducta en determinadas ocasiones.
Formamos parte de colectividades que a lo largo de muchos años han creado pautas de comportamiento que posibiliten y robustezcan nuestra condición de ser parte de un conglomerado en el que cada uno de sus integrantes debe actuar, es decir, de una cultura que parcialmente conforma nuestra identidad y cuya observancia, con frecuencia depende de nuestra voluntad. Una comunidad cumplirá con sus funciones de mejor manera, si es que entre sus miembros hay disciplina para acatar sus normas.
Hay casos en los que aparecen fenómenos no previstos que requieren por parte de los ciudadanos la sujeción a normas no habituales para defender tanto la seguridad individual como la del grupo. La pandemia que en los últimos tiempos ha agredido a todos los países del planeta ha tornado indispensable que todas las personas restrinjan su comportamiento limitando una serie de acciones consideradas normales para auto preservarse de este mal y evitar la intensidad del contagio. El aislamiento o reclusión en los hogares limitando los trabajos y distracciones requiere que nos privemos de una serie de actividades que generan satisfacción y nos adaptemos a la vida familiar con las limitaciones que implica.
De toda situación crítica, podemos lograr efectos positivos cuando concluya la emergencia. En la pandemia es positivo obligarnos a ejercitar la disciplina personal. Cuando se retorne a la normalidad tendremos conciencia de su importancia en el ordenamiento vital. Cuando desaparezcan las restricciones debemos aceptar que nuestra voluntad se ha robustecido, que debemos mantener como una virtud de nuestras existencias, que contribuirá a lograr con mayor facilidad nuestros propósitos, tanto más accesibles según la fortaleza de nuestra disciplina.