Tal parece que lo vivido en el pico más alto, hasta ahora, del COVID-19 y con ello una crisis sanitaria, social y económica, nos ha servido para poco o nada; el comportamiento de ciertos “notables” evidencia que al cruzar la puerta todo se convierte en un asunto banal, corroborando en el espacio público la estupidez como modus vivendi de sus espacios privados.
Les contaré que caminábamos por la calle y vimos a cierta distancia algo que se semejaba a una silueta humana, apresuramos el paso porque los movimientos de aquella figura trataban de pedir ayuda; llegamos justo cuando el adulto mayor trataba de incorporarse luego de una caía que lo dejó levemente inconsciente; justo ahí coincidió una más de las buenas. En el Centro Histórico de esta hermosa ciudad, la cual es reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad, se viven cosas como estas, ven a personas como “algo en el piso” y pasan indiferentes, cual arrogantes de su precisa y momentánea motricidad; y es ahí cuando me cuestiono discrepante ¡A qué cultural se refieren si la cultura de la verdadera cuencanidad se pierde en el andar vanidoso de muchos de nosotros!
¡Qué vergüenza ajena con don Alberto! Con enorme sentimiento de culpa porque sus casi noventa lo delataron, expresó su gratitud con lágrimas, nosotras tres con una sonrisa; por su parte y ajenos al hecho, una respetable dama descargó su impaciencia contra la bocina de su vehículo; un ciudadano ejemplar vociferó que no corchemos la entrada de un garaje público y finalmente, un tercero, igual de empático que los anteriores, refunfuñó diciendo “den un pasito”. En definitiva, algo anda mal, muy mal, cuando un adulto mayor pierde ese no se cua que romantiza a muchos a cuidarlos, respetarlos y honrarlos. (O)