La corrupción es el pan de cada día en casi todos los países del mundo. Ecuador no es la excepción.
De acuerdo al índice de percepción de la corrupción elaborado por Transparencia Internacional, Ecuador ocupa el puesto 92 de 180 países, lejos, muy lejos de otros de la región como Chile, Uruguay y Costa Rica, los mejores puntuados. Además, en cuanto a impunidad por casos denunciados se ubica en el puesto 15.
Este 9 de diciembre se recordó el Día Internacional contra la Corrupción, instaurado por la ONU. Sería deseable recordarlo con resultados positivos, tangibles, viendo a los corruptos y corruptores pagando sus condenas, sobre todo devolviendo lo saqueado.
Pocos países logran algún éxito en la lucha contra esa pandemia, no solamente enquistada en la clase política, también en el sector privado, cuyo maridaje es la fórmula perfecta para amasar fortunas mal habidas.
Sin generalizar, también ha contagiado a la administración de Justicia, a la academia, a los gremios, e incluso en el plano individual cuando por esquivar una multa, digamos por conducir sin licencia, se termina “aceitando” la mano de quien debe hacer cumplir la ley, y este también se embarra por recibir la coima.
Según el Banco de Desarrollo de América Latina, la corrupción le cuesta a la región USD 220.000 millones al año; y 2,6 billones al mundo en este mismo lapso.
En el caso de Ecuador, la pandemia descubrió cuan descompuesta moral y éticamente está gran parte de la sociedad. Lo hecho al ISSPOL es vergüenza nacional.
Ni se diga el círculo corrupto en los organismos de control, supuestamente los vigilantes del uso correcto de los recursos públicos; o la “sutileza” en el sistema de compras, en cuya “ruleta” los favorecidos de los contratos son casi los mismos de siempre.
La impunidad ante los casos denunciados es otro de los grandes males. Los pocos corruptos condenados, tranquilos esperan cumplir la pena impuesta para salir libres y disfrutar lo robado. Ahora mismo el país ya ve esta afrenta. Ante esto no hay capacidad de reacción.
