Diciembre, mes de luces y villancicos, donde el nacimiento de Jesús y el mensaje de sus palabras pesa y exige reflexión, llega al corazón de nuestras vidas y abrazan sus misterios.
Algunas veces en estos días me he puesto a pensar sobre el hecho de si Jesús era un pensamiento sin cuerpo vibrando en la razón, pensamiento que frecuenta la intuición del ser humano, o una criatura de carne y hueso como nosotros. Otras veces me he dicho que no era más que un sueño de un dormir más profundo, y una aurora más serena que todas las auroras.
En verdad, Jesús el Nazareno era un milagro producido en Judea. Y si juntamos todos los días, con los años y los siglos, no podrían borrar su recuerdo de nuestras almas.
Los que le conocieron manifiestan que en la noche era una como una montaña ardiendo; mas al pie de los collados el calor era tibio y suave. En la atmósfera era una tempestad y, sin embargo, se movía flotando dulcemente sobre la neblina del amanecer.
Las escrituras proclaman que Jesús era un torrente que descendía desde las alturas para devastar y destruir los obstáculos; al mismo tiempo era ingenuo como la sonrisa de un niño.
Despreció Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Dicen que su boca era como el corazón de una granada, las sombras de sus ojos eran muy profundas, pero él era dulce y tierno como el hombre que está seguro de sus fuerzas. Su ira contra los hipócritas caía como rayo fulminante, los que le conocieron decían que Él era como un trueno frente a la injusticia, cuyo estampido hacía temblar los corazones. Pidieron su muerte por el miedo espantoso que le tenían.
La personalidad de Jesús era compleja, conforme nos presenta el nuevo testamento, era vehemente y gentil, sociable y solitario, lleno de energía y sujeto a la fatiga; sobre todo, era tanto tradicional como innovador, conservador como revolucionario.
Jesús continúa viniendo a este convulsionado mundo, recorre muchos países, especialmente a aquellos en que el hambre, la injusticia, la miseria, las falsas revoluciones y las guerras tienen su estancia, pero sigue siendo extraño entre los hombres; a pesar de que el eco de su voz no se ha apagado.
Cada diciembre los católicos celebramos el nacimiento de Jesús, quien vino a este mundo a pregonar un mensaje de paz, amor y justicia, a hacer del corazón del hombre un templo, de su alma un altar y de su espíritu un sacerdote. (O)