Y tal vez esa es la razón por la que nos cuesta tanto aprender de nuestra propia historia. La razón por la repetimos, una y otra vez, los errores del pasado. La razón por la que nos seguimos equivocando; creyendo las mismas promesas y eligiendo a los mismos caudillos que, una vez allí, le dan la espalda al pueblo que los ungió y gobiernan, grosera, vulgar y descaradamente para las inmutables élites en las que se formaron. Y tal vez, decíamos, sea ese el error: que comenzamos a contar la historia desde un lejano principio, siglos atrás, para llegar a un punto final en el confuso presente de nuestro día a día.
Fue el genial Papini (quien sostenía que los historiadores son extrañas criaturas con los ojos en la nuca), quien sostenía que el primer capítulo de nuestra historia debería ser el periódico de hoy. Una historia contada al revés, empezando por este absurdo presente para terminar en nuestro pasado más remoto. Y lo explicaba diciendo que es el efecto el que explica la causa. La vida de un hombre, así visto, juzgada por su último día, el más reciente. Era el mismo Papini quien decía que, para juzgar a un hombre es preciso referirse, necesariamente, al día de su muerte.
La vida de Alfaro, por tomar un ejemplo, comenzaría el día en que fue asesinado, en la fecha precisa de la hoguera bárbara levantada en El Ejido. Y luego, entonces, podríamos preguntar: ¿Por qué asesinado? Y de allí dirigirnos a sus ideales, a sus anhelos, a sus campañas, a su magnífica vida. Y tal vez, este modo de contar la historia, nos permitiría preguntar ¿Qué es lo que han hecho aquellos que gobiernan nuestro país el día de hoy? No hace una semana, un año o una década. Sino hoy. Como es que hoy, por ejemplo, están traicionando a su pueblo. Como es que hoy, por ejemplo, están rompiendo sus promesas. Y luego, de allí, dirigirnos a sus motivos, sus aliados, sus ambiciones y la historia de sus vidas. Y entonces tal vez podamos comprenderlos. Y por fin, de una vez por todas, dejarnos de equivocar… (O)