En septiembre de este año ya varias personas comentaban en los pasillos de la Corte de Justicia, la Universidad, hospitales y calles – “ya mismo viene de nuevo la Navidad”-
Y el “ya mismo” llegó. Es hoy. La Navidad siempre triunfa. Triunfa porque es impostergable su celebración y sentido. No importa situación sanitaria, social o climática. Siempre está presente. Su entendimiento originario que nace del calendario cristiano en base a un hecho indiscutible: el nacimiento de Jesús, es real.
Pero el triunfo de la Navidad toma sentido cuando una humanidad que ha debido soportar vertiginosos tiempos, encuentra profunda reflexión y comprensión por lo humano y razón de vivir. Es un encuentro con uno mismo y los otros, con quienes más nos necesitan y requieren. Con la urgencia por mirar distinto en medio de la pasiva fórmula por ignorar lo fundamental.
Se trata de un tiempo de pensar, re-pensar y renacer en la humildad y en lo humano. Con las campanas -sobre campanas- que rebasan villancicos para convertirse en las alertas que llaman a corregir lo indebido, para adecuar lo inadecuado. Para ser mejor. La razón de vivir se acopla a un pesebre que es presente, para abrazar errores que puedan transitar por nuevos caminos alejados de equívocos.
En la Edad Media se hizo popular que el día 24 de diciembre se celebren tres misas, una de ella a media noche, la que después sería la conocida como Misa del Gallo que recibiera esta denominación por una leyenda que sostiene que fue una ave -gallo- que pasaba la noche del nacimiento de Jesús en la gruta de Natividad -la primera en conocer del nacimiento de Jesús y anunciarlo-. Así el gallo hoy pasaría a ser el símbolo de fecundidad y nacimiento como un auténtico anunciador.
El gallo también nos despierta al amanecer. Con su canto entrega ilusión por un nuevo día. ¿Cuántos gallos más necesitamos para despertarnos y abrazarnos una vez más? ¿Cuántas Navidades más para lograr una mejor humanidad? Navidad es: ahora. (O)