Ese vaivén gubernamental predominante entre los gobiernos de América Latina, lo provoca en buena medida el cambio constante de ideologías que alientan la tendencia a refundar el Estado, porque supuestamente el antecesor hizo todo mal. Su efecto más preocupante es la polarización democrática.
Comencemos por Brasil donde tres años atrás triunfó el derechista Jair Bolsonaro, pero encarcelando al favorito Lula da Silva que se convirtió en una sombra molesta, aún más tras recuperar su libertad. Luego la Argentina de Macri volvió los ojos al peronismo de Cristina de Krischner, para impulsar hacia la Casa Rosa a Alberto Fernández. Y Evo Morales en Bolivia derrocado y perseguido por la ultraderechista Jeannine Añez, logró al poco tiempo que su partido MAS (movimiento al socialismo) retorne a la jefatura de Estado. México también se inclina hacia la izquierda con Manuel López Obrador, tras un largo dominio del neoliberalismo.
Este año el socialista peruano Pedro Castillo se impuso a la conservadora Keiko Fujimori. En cambio el banquero Lasso dejó atrás en Ecuador al correísta Andrés Arauz. Nicaragua confió nuevamente en Daniel Ortega, mientras Chile optó por un comunista, Gabriel Boric para reemplazar al ultraconservador Sebastián Piñera en el Palacio de la Moneda.
Hacia el próximo año Colombia prepara elecciones, donde es favorito el socialista Pedro Petro después del vapuleado neoliberal Iván Duque; más tarde Brasil también afrontará este proceso, siendo Lula da Silva quien tiene la delantera.
Tamaña fluctuación ideológico-política gubernamental, además de crear incertidumbre en la conducción de los pueblos, manifiesta que estos no encuentran su rumbo. Y como los regímenes nacen de la voluntad mayoritaria, ésta carga la mayor responsabilidad para la polarización democrática. (O)