Mañana a media noche se quemará el año viejo y despertará el nuevo. Es normal que de una manera u otra todos pensemos en lo ocurrido y analicemos esperanzas y frustraciones. Además de las vivencias individuales, nos interesa lo que haya sucedido en el mundo, lo que cada vez es más normal con los gigantescos avances de los sistemas de comunicación que ponen el planeta a nuestro alcance. Sin poner en segundo plano nuestra identidad en el entorno de cercanía, ya no es utópico decir que somos “ciudadanos del mundo” y se haya robustecido la conciencia de que, de una manera u otra, nos afecta lo que ocurra en cercanía y lejanía.
El gran protagonista ha sido el COVID-19 que ha demostrado que determinados males carecen de banderas y fronteras y golpean por igual a pobres y ricos. En medio del desconcierto han surgido esperanzas de que, gracias a la elaboración de vacunas, este enemigo invisible será vencido y nos hemos ilusionados con el reinicio de la reactivación económica. En el último mes estas ilusiones han sido amenazadas por la aparición de la variante viral “omicron” que ha obligado a países altamente desarrollados, a retornar a las restricciones iniciales, ya que las vacunas no han llegado a las mayorías ciudadanas y, con su agresividad, se ha puesto en tela de juicio la eficacia de esta preservación.
En el ámbito político, no podemos hablar de severos enfrentamientos armados. Sin pretender un análisis global, es importante destacar dos acontecimientos: la derrota de Trump en Estados Unidos y el retiro, luego de 16 años, de Ángela Merkel del gobierno de Alemania. Las ventajas y desventajas de estos acontecimientos dependen del “cristal con que se mire”. Con una visión optimista, consideramos importante que la prepotencia expresada en declaraciones rayanas en la patanería no haya triunfado en el país del norte y que el gobierno equilibrado de una mujer ha mostrado en Alemania que la democracia funciona positivamente.