El modo de vivir el presente, ligado al sentido de la vida, no es una cuestión abstracta. Su concreción tiene varios rostros. Uno de ellos es el tiempo y sus dimensiones. Hay personas que, por diversos motivos, son prisioneras del pasado. Sea de un pasado angustioso, que pervive, o de un pasado feliz, que se añora.
El común de las personas y de pensadores estima que hay que vivir el presente. Horacio dice: «carpe diem» (aprovecha, disfruta el día). Marco Aurelio escribió: «Recuerda que todo el mundo sólo vive en el momento presente». El filósofo Pierre Hadot insta a vivir sin más tardanza, a «vivir cada momento como si fuera el primero y el último».
Según el filósofo Comte-Sponville, hay que «vivir el presente», no el instante. El presente incluye la memoria del pasado y el proyecto del futuro. En cambio, vivir el instante sería «amputarse la memoria, los sueños».
Ahora bien, ¿podemos vivir el presente con el relax que es deseable? Es difícil, entre otros factores, porque la dimensión primaria del hombre es el futuro. Así, Ortega y Gasset dice: «la estructura de la vida es futurición, es lo que aún no es”. Y Julián Marías escribe: «yo soy futurizo: presente, pero orientado al futuro, vuelto a él, proyectado hacia él».
Pascal dice que «no pensamos en el presente». El hombre «se ahoga en la preocupación por el mañana», utilizando el pasado y el presente como «medios» para alcanzar el futuro, que es su «fin». Por eso, nunca vivimos y nunca somos felices.
Inevitablemente, el hombre vive pre-ocupado por el futuro, por su incertidumbre, por la ansiedad que genera. Guerras, pobreza, enfermedades, ser-para-la-muerte… parecen abrir un túnel sin fin. Debilitadas la fe y esperanza en el mañana, ¿podemos vivir el «carpe diem»de Horacio?
Practiquemos un proverbio zen, que ata la vida al momento de cada ocupación: “Cuando camines, camina. Cuando comas, come”. (O)