Se ha iniciado un nuevo año; pero aún vivimos inmersos en un mundo materialista, guiados por el hedonismo y el egoísmo; donde el consumo y a la rentabilidad son considerados como los supremos valores humanos.
Continuamos viviendo una época de oscuridad, con un industrialismo incontrolado, un exceso de pensamiento analítico; somos víctimas y prisioneros de una inexorable pasión por la cantidad, se ha llegado a un punto de enloquecido desarrollo material. Todos los hombres somos iguales y sólo diferimos en cosas sin importancia. Lo que se considera progreso en los países desarrollados, es apenas una sombra de la ilusión, e hipocresía, aunque trate bien a algunos, no deja de ser por eso hipocresía; vengan de donde vengan el fraude y la codicia, no cambian su naturaleza, ni los crímenes se transforman en virtudes caminando sobre palacios o rascacielos.
Con la llamada globalización, a sangre y fuego, se nos impone enseñanzas, costumbres y supersticiones económicas, esto constituye una esclavitud, aunque pinten su rostro y disfracen su voz. La esclavitud permanece como esclavitud, aunque se intitule “democracia” en unos casos o “revolución” en otros
Los inventos y descubrimientos son importantes, siempre que no solo se usen para diversión y confort del cuerpo. La conquista del espacio, la victoria sobre los mares y los cielos, son falsos frutos que no satisfacen el alma, ni alimentan el corazón, peor elevan el espíritu.
Como dice la Biblia: “fútiles son los hechos de los hombres y vanos sus propósitos. Todo es vanidad sobre la tierra “.
Considero personalmente que entre todas las cosas de la vida, hay una sola que deslumbra, que merece todo nuestro sacrificio, amor y nuestra mayor dedicación, especialmente en los actuales momentos de profunda crisis humana y es: EL DESPERTAR ESPIRITUAL; este despertar emerge de la profundidad del corazón, tiene un poder irresistible que desciende sobre la conciencia del hombre, le abre sus ojos y le hace ver la vida, poniendo al hombre de pie entre el cielo y la tierra, y ningún poder en el mundo, puede destruirlo, pues es un fuego que purifica el corazón y el cerebro, rebelándose contra todos los obstáculos.
Ecuador es mi país, y en él continúo haciendo mi vida, hoy me pregunto: ¿Por qué soy diferente de aquellos que me miran llenos de astucia y falsedad, que son esos rostros, que representan para mí, por qué vivo con ellos? Estas interrogantes hacen que muchas veces busque la soledad para vivir despierto y encontrar la paz. (O)