“¡Naufraga! La isla de paz es una fábula”, leía Ron en una vieja pared de la capital. Y la frase, brutal, toma hoy un siniestro significado. Los números no mienten: nuestro país atraviesa la peor crisis de seguridad de la década; contamos en miles las muertes violentas y cada día nuevas víctimas son tragadas por la tormenta, mientras estrenamos una tasa de homicidios que casi triplica el promedio internacional. Un estallido de violencia que muestra su postal más macabra en los más de trescientos asesinatos cometidos en el pozo sin fondo de los centros penitenciarios.
Las teorías oficiales señalan al narcotráfico como el detonante y probablemente lo sea. Sin embargo, creo que el problema es más bien estructural. Los alarmantes niveles de pobreza que no encontraron respuestas durante la larga revolución y al parecer tampoco las tendrán en este gobierno, expulsan del sistema a miles de desempleados que, cada día, salen a buscarse la vida con el cuchillo entre los dientes. Luego está el sistema carcelario que se cae a pedazos al tiempo que la reducción del hacinamiento y la correcta aplicación de la prisión preventiva se convierten en utopías. Y mientras tanto, la Función Judicial atraviesa su propia crisis, enterrada en una avalancha de causas que desborda por mucho al siempre escaso número de jueces y fiscales.
¿Cuáles son las respuestas del gobierno? Pues, hasta ahora por lo menos, declarar un estado de excepción que, como línea central, garantizó la absoluta impunidad a la fuerza pública, al punto de crear un comité legal que anticipa los abusos que harán al remedio peor que la enfermedad. ¿Algo más? Desde luego, el anuncio de un proceso de diálogo con las bandas criminales (sí, así como lo oye).
¿Es este es el mismo Ecuador que despilfarraba millones en las faraónicas obras del nunca jamás? ¿El país se daba el lujo de perseguir a los jueces que no acataban los apetitos del poder? ¿Este que ahora no puede ni siquiera sostener su sistema penitenciario? Pues bien, al parecer, estamos viviendo la resaca de una orgía en la que nunca participamos… (O)