Alcanzar el pináculo de la existencia con alta productividad y entrega a los demás, debe ser la mayor satisfacción del hombre a la espera de la recompensa celestial. Así ha llegado el doctor Alejandro Serrano Galarza, con un trabajo ejemplar en las responsabilidades que la sociedad le encomendó como médico, maestro, político y servidor público.
A poco de incorporarse de profesional viajó a Boston para especializarse en esa ciencia enigmática de hace dos siglos hasta cuando William Norton (1846) expuso, por primera vez, frente al auditorio de la Universidad de Harvard, la utilidad de los gases anestésicos, demostración que hizo llorar a John Collins Warren, cirujano de temperamento sádico y autoritario, al observar las bondades de la anestesia. Al retornar a su país y ciudad, pocos tenían confianza en los conocimientos y procedimientos del doctor Serrano y muchos Warren quedaron estupefactos, pero convencidos.
Su inclinación por la enseñanza hizo que incursionara en el magisterio en el área de su especialidad, primero en la Universidad de Cuenca y luego en la Universidad Católica, en donde sus discípulos le recordamos con unción. Sin ser pedagogo de derecho fue maestro de hecho, un educador que impartía clases con sencillez y deseo que se aprenda sin amenazas ni miedo a la reprobación, más bien modelando los espíritus, forjando hombres de bien y abriendo caminos de prosperidad, es decir, creando generaciones con integridad humana.
Ha sido un ciudadano de tradición, que en latín (traditio) no significa recibir sino entregar y transmitir, es una acción operante y creadora, no sumisión ni receptividad pasivas. De ahí que incursionó en la función pública como Director de Salud y Diputado, cobijado por la Democracia Popular, cuando las ideologías contaban y la fidelidad y dignidad a ellas también. Fue cofundador de la Clínica Santa Ana en donde trabajó hasta hace un par de años. Ha realizado más de 30.000 procedimientos, prestando sus servicios en todos los hospitales y clínicas de la ciudad.
La Universidad Internacional del Ecuador que preside el doctor Gustavo Vega Delgado, uno de los más ilustres ecuatorianos del momento, acaba de concederle el título de “Profesor Honorario” que suma a otras distinciones recibidas a lo largo de su proficua existencia, como la presea “Timoleón Carrea”. En su alocución de agradecimiento, con su característico humor y genial lucidez a sus 93 años de edad, terminó diciendo que ha sido experto de esos “semidormidos que cuidan de otros semidespiertos”. (O)