Como si no fuera suficiente la guerra biológica universal causada por la pandemia, otra podría avecinarse entre Rusia y la Organización del Atlántico Norte (OTAN) liderada por Estados Unidos. No solo a causa de Ucrania sino varios países, pues, el Kremlin exige a los aliados occidentales volver al año 1997, cuando 16 naciones integraban la coalición, no las 30 actuales que rodean prácticamente a los soviéticos.
Desde entonces, la canciller alemana Angela Merkel impidió que Ucrania adquiera armamento, lo cual, se revierte apenas deja el poder, con un crédito inglés por 2 mil millones de dólares.
La Casa Blanca señala que la invasión soviética afrontaría respuesta inmediata y dura; empero los aliados europeos habrán de sopesarlo, debido a que dependen hasta en el 60% del gas ruso a través de Gasprom. Y aunque potencias como China, Corea del Norte e Irán no se han pronunciado, seguramente apoyarán a la Unión Soviética.
Un conflicto de estas dimensiones estuvimos a punto de vivir durante la presidencia de John F. Kennedy, por la crisis de los misiles que Nikita Jruschov intentó instalar en Cuba, de lo cual desistió tras intensos diálogos que recalcaron las nefastas consecuencias de un conflicto bélico.
Allá que estén peleándose entre pesos pesados, podríamos decir los latinoamericanos. Pues no. Porque “cuando ellos estornudan a nosotros nos da gripe”; es decir, también lo sentiríamos en diversos campos de un planeta globalizado. Aún más si la Federación Rusa cumple la amenaza de fortalecer su presencia, especialmente militar en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, El Salvador. A Ecuador en cambio le traen beneficios estas confrontaciones, pues, elevarán quizás más allá de los cien dólares el barril de petróleo, frente a los 52,65 presupuestados el presente año. (O)