Los números no mienten. La relación entre Ecuador y China ha evolucionado de forma preocupante, pasando de ser nuestro principal prestamista en aventuras tan descabelladas como la preventa petrolera, de la cual aún mantenemos una deuda cercana a los USD 5.200 millones; a convertirse en una potencial y peligrosa contraparte en un Tratado de Libre Comercio con una economía ante la cual ya registramos un alarmante déficit comercial no petrolero que bordea los USD 1.200 millones, con una descomunal variación en la que las importaciones se han disparado en un 689.4 % y aún sin tratado comercial.
Una relación, además, signada nuevamente por el espejismo de un barril de petróleo que bordea los USD 84 (algo similar a lo ocurrido durante el correísmo y la ilusoria década ganada) y sobre todo, una relación comercial marcada por una clara desventaja en los términos de intercambio pues el Ecuador exporta la China casi exclusivamente bienes primarios (petróleo, banano, madera, pescado y minerales) mientras importa desde el mismo destino bienes, en su totalidad, manufacturados. Esto significa, el reivindicar nuestro rol como país primario-exportador, postergar una vez más la tan necesaria industrialización por sustitución de importaciones, y resignarnos a seguir cumpliendo el rol de sirviente en el concierto de la economía global.
Y es medio de ésta peligrosa realidad, cuando los esfuerzos deberían orientarse al fortalecimiento de la industria doméstica, que nuestro gobierno se embarca en la absurda tarea de firmar un acuerdo comercial que profundice aún más la brecha. Súmele a esto (bizarra e improbable coincidencia) la derogatoria de los reglamentos del Instituto Ecuatoriano de Normalización (INEN), que de alguna manera garantizaban un mínimo de calidad para los productos que ingresen al país, y ya tiene Usted el resultado: Una bomba de tiempo que, de estallar, nos convertiría en el patio trasero donde almacenar aquellos productos que la China no puede colocar en otras regiones, como la europea. Y sobre todo, un peligroso juego que pondría en la cuerda floja a la industria doméstica, verdadera fuente del empleo adecuado, la riqueza y última esperanza del desarrollo, mientras caminamos, una vez más, con los ojos vendados, directamente hacia el abismo… (O)