Honrar la palabra es un compromiso moral y ético. Lo asumen las personas honradas para cumplirlo a rajatabla, si es posible a costa del sacrificio.
Esa máxima vale para todas las actividades del hombre, tanto en lo público como en lo privado.
El desgaste, la incredulidad, la desconfianza en la actividad política provienen, en gran parte, por no honrar la palabra. Cuando esto sucede, el pueblo concibe a muchos políticos como oportunistas, por no citar otros términos, pero fáciles de intuir.
En Cuenca se ha desatado la polémica tras la difusión de una nueva “imagen institucional” por parte del alcalde de la ciudad, la segunda en su gestión.
En las redes sociales ha sido colocado un video del alcalde gravado el 27 de mayo de 2019. Ahí, él declaró ser contrario a las vanidades del poder, entre ellas, a dejar la “marca personal”, la huella para trascender en el tiempo.
Calificó a esas actitudes de “irrelevantes”. “El logo del municipio es el escudo de la ciudad”, refirió. Usar nombres y fotos para promocionarse estando en el cargo es prohibido por la ley, reconoció, además.
Eso, seguramente, le valió simpatías, aplausos, comenzado su gestión; pues marcaría la diferencia con sus antecesores.
Empero, 32 meses después, en un año preelectoral, y a pretexto de comunicar, asoma la “nueva imagen”, con predominio de su nombre, siluetas de obras (¿posibles?), sobre todo manipulando el escudo de la ciudad, como si este símbolo fuera un objeto cualquiera y moldeable para el márquetin político, y todo a un costo de 46.500 dólares.
Ahora, en gran parte de Cuenca cuelgan esos banners, aumentando la contaminación visual de la ciudad; y en camuflada señal de campaña electoral anticipada, prohibida por la ley.
“Por sus obras los conoceréis”, dice la sabiduría popular. La ciudadanía no es ingenua para sopesar la gestión de un alcalde; si hay o no obras; cómo administra los recursos públicos; cómo se comporta.
Esa ciudadanía -heterogénea, por cierto- sabe, comenta, discierne si la autoridad elegida cumple o no la palabra.