Comer es una inevitable necesidad para mantener la vida, pero puede añadirse a esta prosaica función el deleite que cierto tipo de comidas traen consigo. Además de la supervivencia, es muy frecuente que en determinadas fiestas se consuman manjares especiales que se convierten en símbolos de la celebración, ya que el paladar tiene “sus derechos”. En nuestro medio cumple esta exigencia el motepata, respondiendo a la afirmación de que algunos coterráneos son “más cuencano que el mote”.
Si los cerdos tuvieran razonamiento, considerarían la llegada del carnaval una tragedia, ya que son las víctimas preferidas del carnaval. En nuestro entorno regional, muy difícil imaginar una fiesta carnavalera sin “puerco muerto” cuyo deleitoso consumo se inicia por la mañana con “las cascaritas” y concluye por la noche con las morcillas, siempre acompañados por los canelazos o puros, ya que el aguardiente es un remedio contra las “patadas” cerdunas o un simple pretexto para justificar el licor.
A nuestro mote se lo puede consumir de diversas maneras, ya que es ante todo un acompañante para platillos que halagan el paladar comenzando con el motepillo. En el motepata se unen estos dos sabores sin que esté presente alguna extremidad de un animal. Pese a su delicioso sabor, sólo se consume en carnaval. Si alguien sirviera este platillo en otra fecha, sería un “metepata”. Se trata de una comida popular que se la consume en estas fiestas sin distingo de situación económica o social. Extraño sería encontrar en el menú en un restaurante gourmet esta oferta circunscrita a una región y fecha como símbolo de identidad. Consumámoslo en este par de días que quedan. (O)