Cada pueblo tiene sus chaquiñanes y cada sendero lleva sueños inconclusos. Vengo del tiempo, no nací ayer. Llevo esperanzas nuevas y anhelos insatisfechos. Los caminos del Ecuador, cuando llega el carnaval adquieren una fascinación, se los toma por asalto, del Carchi al Macará. Son las semanas en las que la familia vuelve a ser un motivo de preocupación y es cuando los recuerdos acuden a la mente en tropel y se quiere, de una u otra forma, revivir ese pasado, volver a las costumbres, alimentar tradiciones, perennizar vivencias.
Hace seis y más décadas nuestra vida era menos tormentosa. Los días tenían horas más largas y las costumbres tenían sus códigos. El juego de carnaval entre familiares y amigos era una diversión por sí misma y era un motivo de atracción. Los caminos interprovinciales de ese entonces eran malos, para esa época, y, a su vez, excelentes para décadas anteriores en las que se majaba lodo al avanzar. Y sin embargo la gente viajaba con antelación para volver a abrazar a sus familiares y para disfrutar de unos días de vacaciones rociadas con las agüitas de carnaval. Eran tiempos en los que la dispersión familiar era menor, casi todos seguían en los mismos cantones, la égida no se había iniciado todavía.
Estamos dentro de un carnaval sui generis. Una pandemia imprevista ha cambiado costumbres, ha roto tradiciones y ha engendrado nuevos comportamientos. La costumbre es más fuerte que los temores. Los afectos rompen barreras, siempre lo hicieron. Los nexos familiares en parte se han robustecido con esta pandemia, el peligro nos obligó a tender nuestras manos en pos de ayuda y fuimos rápidos en sortear soluciones. La vida no ha olvidado su manera de corregir entuertos y de mitigar temores.
Los caminos del carnaval siguen abiertos, han mejorado sus kilómetros e incrementado sus metas. Al final de su recorrido están las personas que amamos, las distracciones que nos apetecen, los amigos que extrañamos, las playas que colman nuestras ansias de libertad, las montañas de la serranía que nos invitan a conocerlas, a treparlas, a convertirse en atalayas y, también, los caminos llegan a nuestra amazonia, a esos parajes que no tienen parangón, a esos ríos y montañas que nos esperan desde siempre. Los caminos aptos para mantener vivas las tradiciones de nuestros carnavales, mejorarán ciertamente. Que nuestro espíritu, sencillo y alegre, no decaiga jamás. (O)