Una nueva guerra ensombrece la faz de la tierra, claro que más promocionada y difundida a diferencia de otros conflictos y su silencio opresor, pero guerra al fin, que se traduce en destrucción, desolación y muerte. No nos preguntemos por quién dobla las campanas, -doblan por ti- advirtió Ernest Hemingwey en la novela, “Por quién doblan las campanas”; cuando la humanidad se desangra y sucumbe, en cualquier lugar del mundo, algo de nosotros también se desangra, sucumbe y se va…
Y vuelven a la memoria inolvidables días en Moscú, con un grupo de amigos recorriendo la ciudad maravillándonos a cada paso con la majestuosidad de su arquitectura, su milenaria historia y bondad de su gente; escuchábamos y cantábamos, casi como un himno,.…Moscú, las llanuras de Ucrania…, de esa nostálgica y hermanable canción, Nathalie, y cuando fuimos a la estación de los trenes de Ucrania, esa imponente construcción neoclásica, disfrutamos de su ruidoso ritmo y colorido, del ulular de sirenas anunciando llegadas y salidas, tarareamos en coro, -Moscú, los trenes de Ucrania…, sinónimos de amistad, de solidaridad y buena vecindad, así captamos, sentimos y así quedó registrado en la memoria, en el corazón y los recuerdos. Y cuando fuimos a la Feria de las 15 Repúblicas, frente al pabellón de Ucrania, la estrella del evento, con el recuerdo de la estación ferroviaria y la alegría de su gente, sin pensarlo tarareamos nuevamente: …Moscú (las llanuras) los trenes de Ucrania…
Cuesta entender que dos pueblos así hermanados, más allá de las razones geopolíticas y de una industria armamentista que requiere cada vez más escenarios y mercados, que estos pueblos tan unidos por una vecindad milenaria, una historia común y una experiencia vivida y sufrida de espanto, dolor y aniquilamiento de otras guerras, estén enfrentados en un conflicto que debe solucionarse por la vía diplomática. (O)