Tiempos oscuros, es verdad. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, millones de seres humanos sufren las atroces consecuencias de una guerra que obedece a los desvaríos de un dictador, que se piensa el mesías llamado a resucitar el viejo imperio soviético y mira como un obstáculo la consolidación de la OTAN, de la que Ucrania forma parte.
Y, sin embargo, es importante situar el conflicto en su contexto histórico y geo político. En el marco de una economía global que permite a los grandes países hacer a su antojo con las naciones pequeñas y con la complicidad (cuando no la asistencia) de las organizaciones internacionales. Y esto lo digo no solamente pensando en los episodios bélicos, donde la ONU y la OTAN se limitan a anunciar tibias sanciones económicas mientras miran en otra dirección a la hora de contar los muertos y los refugiados; sino pensando también en las otras organizaciones como el FMI y el Banco Mundial, que han preparado el terreno al debilitar las economías de los países más pequeños a través de los “programas de ajuste” y estrangularlos con deudas imposibles e impagables.
En este contexto, la invasión rusa que viene buscando la anexión de los ricos territorios Crimea y Dombás, es en realidad un plan concebido hace varios años y en las narices de las grandes potencias que miraban impávidas la acumulación de tropas y armamento. Claro, no habrá calculado el dictador, que Ucrania se defendería con ese encarnizamiento propio del que defiende su casa, su patria y su familia. Y no habrán calculado las demás potencias, que el conflicto escalaría hasta ser el mayor ataque militar en suelo europeo desde la II Guerra Mundial, ni tampoco esa extraña declaración del gobierno chino, indicando que su asociación con Rusia “no tenía límites”. Una declaración que ha puesto a correr por la por la espalda de occidente un familiar escalofrío, uno que no sentían desde aquel lejano 1962 cuando la URSS instalaba sus misiles en la bahía de La Habana y daba inicio a la Guerra Fría. Tiempos oscuros en verdad… (O)