En el juego de las palabras se dice, se insinúa, se entiende y se interpreta y en esta dinámica se aclara, se elogia e incluso se ofende; también se suman a este juego ciertos componentes como la expresión y el léxico y por supuesto los actores como remitentes y destinatarios.
Los escenarios para el juego de las palabras son varios, pero el más frecuente de los últimos tiempos es el WhatsApp; sin duda, una gran herramienta y adictiva a la vez, que sirve de mucho para la observación y comunicación rápida y constante; también es una herramienta altamente esclavizante a “flechitas azules”, “en línea”, “últ. vez hoy…” etc.; sin dejar de lado el gran dominio sobre el control de una gran mayoría.
Los errores, accidentes involuntarios y las falsas benevolencias al compartir “evidencia” ponen en riesgo el prestigio de una persona o colectivo y con ello su libertad -consecuencia bilateral-, lo que sin duda llega a convertirse en un factor de riesgo al momento de la dinámica comunicacional; entonces, en esta comunicación de la época, se pierde muchas veces “el objeto” y es ahí cuando recién nos damos cuenta que es tan solo una herramienta y que la responsabilidad recae única y estrictamente en los participantes.
Aislado de emociones reales, en el juego de las palabras a través del WhatsApp cometemos errores cuyas consecuencias son daños colaterales de gran impacto. (O)