Frente a la designación de las autoridades de control, me refiero al Contralor General del Estado, los Superintendentes, el Procurador, quién presida la Fiscalía General, quienes presidan los organismos electorales, ¿cuál es la actitud del ciudadano común?, ¿qué aspiran los ecuatorianos de a pie, del desenvolvimiento de estas autoridades?, ¿qué pide el habitante llano del país a quienes ocupen o vayan a ocupar tan altas, como delicadas y bien remuneradas funciones?, pues sencillamente que desempeñen la función con honestidad y en apego estricto a la ley, ¡nada más!
¿Le importa a la ciudadanía que estas autoridades se encuentren vinculadas a tal o cual agrupación, gremio o partido político?, para nada. Más bien, lo contrario, le interesa que no se encuentren vinculadas a la actividad partidista, e igual, que no tengan conflictos de intereses con el cargo que van a desempeñar. Surge entonces la pregunta del millón, ¿Por qué si la ciudadanía piensa de tal manera y, en cambio, los partidos, las agrupaciones, los movimientos sociales, piensan totalmente diferente, y se encuentran desesperados por lograr que uno de los “suyos”, si no afiliado oficial, pero al menos, vinculado, ocupe uno de estos poderosos escritorios?, ¿porqué, si lo que se está buscando es honestidad, pulcritud, legalidad en las actuaciones, hay que meter mano a tales designaciones, en ocasiones aún a costa de inconfesables acuerdos?. La respuesta debe encontrarse en la inveterada costumbre de la clase política ecuatoriana de captar o “tomarse” ciertas instituciones, generalmente con el afán de, a través de su manejo, lograr réditos políticos o, cuando no, réditos económicos para sus agnados y cognados. ¿Dónde queda entonces aquella sintonía de la dirigencia política con las aspiraciones populares, de la que tanto se habla en las tarimas electorales? Es hora de que la designación de las autoridades de control quede definitivamente fuera de las agendas partidistas. Que los ecuatorianos honestos, así no tengan patrocinadores de ninguna clase, representen los verdaderos intereses de la sociedad en tan delicadas tareas. (O)