“…antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.” (Jorge Luis Borges)
¡La contemplación del mar es un privilegio para quienes podemos estar frente al océano! Genera una sensación de inmensidad, de grandeza y de hermosura. Para quienes vivimos en las alturas, el subir a las montañas es nuestra mayor satisfacción, el alma se eleva y el corazón late con intensidad, en tanto que, la sensación del espíritu humano frente al mar, se torna diferente. Intentar encontrar la grandeza marina al final del horizonte, procura una reacción diferente, pero a la par, nos sitúa frente a la magnificencia del creador. ¡Entonces, mar y tierra nos convocan a la plenitud y a la grandiosidad!
Quienes hemos nacido y vivido en la sierra, gozamos de la experiencia de la montaña y de sus alturas; sentimos la experiencia del contraste, y de la diferencia, que siente el costeño al recrear de aquel paisaje que no le es habido: la altura, la montaña, el frio.
Cuando los serranos nos trasladamos a la playa, nuestra sensación de grandeza nos eleva y es así cómo, la plenitud del mar nos otorga serenidad y encanto. Cuando los costeños vienen a la sierra, su encanto es igualmente, edificante. Gozan de la montaña, del frío y de la elevación. Mar y tierra son escenarios maravillosos. ¡Cuánta diversidad geográfica en nuestro país, cuanta elevación sentimos en su contemplación! (O)